Simpkichi 03/16/2021 (Tue) 05:01:47 No.6783 del
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Margarita se muestra complaciente ante la gran motivación de uno de los hijos del Downtown que soportó la primera bofetada de realidad, otorgándole silencio y espacio para decir lo que necesitase, respondiéndole entre cortas palabras. Divagaciones y palabras de una mujer adulta, muchas cosas que aún no entendía. Tomó una postura más condescendiente, recurriendo igualmente al silencio para pretender que entendía su cháchara a través de los modales.
-Debe haber vivido una vida con mucha acción, sin lugar a dudas...- afirmó su voz interna dejando cosas a la imaginación.- Teatral, teatral. Digno y emocionante.- Seikichi asentaba con la cabeza reconociendo el interesante trasfondo que imaginaba sobre la juventud de Margarita y aparentando más hacerlo por darle la razón en silencio.

Recibe una respuesta muy superficial a su pregunta. El chico la considera un poco condescendiente y nota que algo se guarda, sin embargo, su imaginación no daba lugar a muchas más maquinaciones. "¿Qué tan útil podía esa información a fin de cuentas?" reflexionó. Lo que pudiese hacer en comparación a lo que supiese era poco, y, concluyó en que sólo fue "morbo". Junto con esa respuesta, se retiró con unas exóticas palabras. Seikichi se deleitó en su paso y sus movimientos mientras recordaba y repetía en voz baja la única frase que conocía de ese idioma, que había leído en una antigüedad de la tienda de Citan: "no me apague Modoro". Terminó su desayuno y decidió permanecer en su asiento por un rato, para simplemente, respirar el aire del lugar y sentirse a gusto donde quería estar. Musitó las palabras "volveré" antes de retirarse.

...

Un protocolo común en su hogar taller es que al llegar, Seikichi debe permanecer en silencio y evitar el contacto visual para no involucrarse de más en los asuntos de una clientela dudosa, los gajes de la benevolencia en tierras conflictivas. Intenta dirigirse directamente a su habitación, escondiendo su rostro con su gorra, pero una voz de tono femenino arrebata un vistazo, mirando al autómata a los ojos. Se relajó, pues no parecía tan malo. El incienso, el quejumbroso olor a "vejez" del lugar eran tan acogedores como siempre: la silenciosa maravilla de tener un hogar.

Es cierto que detestaba ensuciarse las manos en el taller, lo consideraba una práctica callejera y bajomundera, pero ver trabajar a Citan resultaba placentero; su capacidad de detección, resolución y entendimiento eran un espectáculo. Su nexo entre lo laborioso y lo capaz eran materia de admiración. El chico permanece a su lado, observando atentamente cual asistente como el ingeniero emite sus diagnósticos con presteza luego de repararlos. La autómata se retira, frunciendo Seikichi el ceño un poco celoso. -Jum... De todas formas, reales son mejores.

-Sí... Ha estado bien -respondió discreto mientras se daba una vuelta por las chucherías de su tienda. -Hay pocos lugares bellos en este nido de muerte.

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